sábado, 11 de julio de 2015

SALMO DE LA REINTEGRACIÓN


Sucede algunas veces que, al promediar la noche,
el más completo silencio del universo me
despierta. Es como si de pronto las multitudes
uf celestes, descubriendo en mi pensamiento
el alcance asignado a sus órbitas, se detuviesen por
a sobre mi cabeza, reteniendo su hálito, a fin de
examinarme. Así como en los lejanos días de mi
infancia, mi alma entera se tiende entonces
hacia la voz mayor que desde el fondo
 de los espacios creados se apresta a llamarme. Pero mi
espera es vana. La paz que me rodea sólo es tan
perfecta porque no tiene ya ningún nombre que
darme. Ella está en mí y yo estoy en ella, y en
ese Lugar como nosotros innominados, donde se
ha consumado nuestra unión, no hay vocablo,
hasta el más universal: Aquí, que no haya perdido su sentido
para siempre; por cuanto nada
l ha quedado fuera de nosotros donde podamos
situar todavía un Allá, y el espacio total donde
respira el pensamiento se nos aparece, no como
L el continente, sino como el interior iluminado
del bello cristal Cosmos caídos de las manos de
Dios. Antaño, cuando el espíritu del silencio
perfecto me sobrecogía, yo alzaba los ojos hacia
los soles; hoy mi Vista desciende con su mirada
en mi ser. Porque su secreto reside aquí y no
en ellos. El lugar desde donde me contemplan
es el mismo donde me encuentro y,
en el reproche amante, pintado sobre el rostro del univer-
so, reconozco la melancolía de mi propia conciencia.
La inmensidad engendrada por la infinitud
de los movimientos circunscritos es impotente
para colmar el vacío de mi alma; no hay
ya altura accesible a la extensión del Número
cuyos instantes no sean contados por el latido
de mi corazón. ¡Qué me importa entonces toda
esa distancia de la nada a la nada! He caído cier-
tamente desde un lugar muy elevado; pero es
otro espacio 12 el que ha medido la caída e 'la
que he arrastrado al mundo. El lugar real, el
único lugar situado está en mi, y he ahí por qué
el Universo, mi conciencia, vela, vela esta noche
 y me contempla. ¡Oh Padre mío!, mi mal no
se llama ignorancia, sino olvido. Reconduce a
tu hijo a las fuentes de la Memoria. Ordénale
que remonte el curso de su propia sangre. El
movimiento de mi caída ha creado el espacio-
tiempo, esa agua que, en lo inmóvil Ilimitado, se
ha cerrado sobre mí y para la cual no tengo poder
de imaginar recipiente alguno.
Que mi ascensión proyecte, pues, el Otro Espacio,
el verdadero, el original, el santificado, y que este
Universo, el Hijo de mi Dolor cuya mirada
nocturna está sobre mi alma, se eleve conmigo
hacia la Patria, en la alborozada corriente
 de influencias rumorosas de la beatitud dorada.

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