viernes, 10 de julio de 2015

INSOMNIO

Digo: mi madre, y es en ti en quien pienso, ¡oh Casa!
Casa de los bellos estíos, obscuros de ni niñez, en ti,
Que jamás censuraste mi melancolía, en ti.
Que sabias tan bien ocultarme a las miradas crueles, oh
Cómplice, dulce cómplice! ¡Que no haya vuelto a encontrar
Antaño, en mi joven estación rumorosa, una muchacha
De alma rara, umbrosa y fresca como la tuya.
De ojos transparentes, enamorados de lejanías de cristal;
Bellos, que dé consuelos verlos en el mediodía de verano!
¡Ay, respiré muchas almas, pero ninguna tenía
Aquel buen olor de frío mantel, de pan dorado
Y de vieja ventana abierta a las abejas de junio
Ni aquella santa voz de mediodía sonante en las flores!
¡Ay estos rostros locamente besados!
No eran Como el tuyo, ¡oh mujer de otro tiempo sobre la colina!
Sus ojos no eran el bello rocío ardiente y sombrío
Que sueña en tus jardines y me mira hasta el corazón
Allá, en el paraíso perdido de mi lluviosa alameda
Donde con voz velada el pájaro de la infancia me llama,
Donde el obscurecimiento de la mañana de estío anuncia la nieve.
Madre, ¿por qué me pusiste en el alma este terrible.
Este insaciable amor del hombre? oh di, ¿por qué
No me envolviste en tierno polvo
Como esos viejísimos libros ruidosos que sienten el viento
Y el sol de los recuerdos y por qué no he
Vivido solitario y sin deseo al abrigo de tus techos bajos,
Con los ojos hacía la ventana irisada donde el tábano, el amigo
De los días infantiles, zumba en el azid de la vejez?
¡Bellos días, límpidos días! cuando la colina estaba en flor, .
Cuando, en el océano de oro del calor, los grandes órganos
De las colmenas trabajadoras cantaban para los dioses del sueño.
Cuando la nube de hermoso rostro tenebroso vertía
La fresca piedad de su corazón sobre los trigos anhelantes
Y la piedra sedienta y mi hermana, la rosa de las ruinas.
¿Dónde estáis, hermosos días? ¿Dónde estás, hermosa plañidera.
Tranquila alameda? Hoy tus troncos huecos me darían
miedo , porque el joven Amor que sabía tan bellas historias
Se ha ocultado allí y el Recuerdo ha esperado treinta años,
Y nadie ha llamado: Amor se adormeció.
¡Oh Casa, Casa! ¿por qué me dejaste partir?
¿Por qué no has querido guardarme? ¿por qué, Madre,
Permitiste antaño, en el viento mentiroso del otoño,
En el fuego de la larga velada, que aquellos magos
—¡Oh tú que conocías mi corazón!— me tentasen asi,
Con sus cuentos locos, llenos de un olor de viejas islas
Y de veleros perdidos en el gran azul silencioso
Del tiempo, y de orillas del Sur donde vírgenes esperan?

1 comentario:

  1. Qué bonito poema, recuerdo haberlo leído, hace mucho tiempo, en el número 17 de la revista Biblioteca de México que publicaba el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, que presidía Rafael Tovar y de Teresa en los años 92-93. Me dió mucho gusto encontrarlo en este inmenso universo de la red. Sentí una grata sorpresa y necesidad y gusto de comentar y expresar mi gratitud.
    Me parece que le falta el final.

    ResponderEliminar