sábado, 11 de julio de 2015

EL RETORNO


Tú, que con tu amor supiste, como en noble tierra,
hacer germinar ]a ternura de la flor y la bondad
la mies es aquel roquedal solitario donde,
agobiados por la Tristeza, durmiéronse mis ojos;
tú que dando un son de humana voz a los laúdes
hiciste que yo amara a la raza del engañoso rostro
y que, sobre los áridos jardines de mi odio,
volcase el rocío ardiente de tu corazón
Con un vibrante llamado de amarga gratitud,
con un grito como el lanza el fin de toda jornada,
es Con lo que ahora, entre lágrimas, saludo,
después de tanto desconsuelo y tanta soledad
el inesperado retorno de aquella que, antes, en
la mansión helada el alma del niño moría de desamparo,
me levanto hasta su regazo de muchacha abandonada
y sopló sobre mi llanto el suspiro de su nombre.
Aquella que, siguiendo los progresos de mi edad,
supo al fin colocar, bajo un nombre entre todos
los nombres respetado,
previamente a una madre de sublime semblante
y luego a la amiga de cabal corazón, cúmulo de estío y noche.
¡Con solamente pronunciar tu nombre, en sueños
vuelve a mí la infancia!
Todos —lo recuerdo— habían maldecido el cielo
bajo el cual nací;
tú, en cambio, meciste en silencio y diste amparo
con tu sombra
al todavía mudo corazón de tu predestinado.
Más tarde te seguí a lo largo de las abatidas playas
hacia los abismos del lodo y de la sangre de las
grandes ciudades.
Tenían mis pasiones el gusto de los frutos silvestres;
mis llantos provocaban el pavor de los hombres coléricos.
Mas cuando yo me hundía en los tembladerales
de la belleza falaz y de la abyección más honda,
entonces tú te erguías y, colmada de asombro,
me mostrabas el camino que conduce a Sión;
el camino que conduce a la ciudad de Amor,
la santa ciudadela
que jamás sucumbió al asalto del impuro,
la Jerusalén de lo Bello, la nueva Jerusalén,
la granja con puertas de cedro abiertas a las
amargas mieses.
Allí el cenagoso río de los sollozos nunca mancilla
las encrucijadas que entrama la tierna humildad,
V el corazón al que la vida mordió con su
herrumbre
jamás es visitado por el azote del Recuerdo.
¡Déjame contemplar tu grave y puro rostro!
porque a pesar de haberse inclinado tantas veces
sobre las tumbas
el dolor dejó en él nada más que una frágil estela,
semejante a la que un cisne negro traza en la serenidad del agua.
Tu alma es el vallado de ondulantes líneas
donde sueñan la serenidad y ternura
de los soles vaporosos, de ¡as tenebrosas vides
y de los quietos jardines donde el estío zumba.
Con odio solamente y con gran desazón —ya en
las aguas nocturnas,
como en las fuentes del día— ella sacifa su sed total.
Pero hela ahí, ahora, perpetuamente levantándose
hacia la esfera donde el amor, sólo el Amor, reclama

No hay comentarios:

Publicar un comentario