sábado, 11 de julio de 2015

SALMO DE LA MADURACION


Yo no he hallado la paz, en mi juventud, junto
a la que se ofrece sin angustia, obedeciendo a
ï un destino que exige que se entregue entera.
Quizá la haya herido al pedirle solamente aque-
llo que a sus ojos vale tan poca cosa:
 la inteligencia y el amor de los espíritus inferiores.
Pero esa cosa la obtuve, y entonces,
 terriblemente armado para la soledad, me aparte de
v aquella que todo me lo había enseñado y que ya
no podía comprenderme.
Pero haz que te pierda, oh Maestro, si alguna
vez escapa de mis labios una palabra imprudente
en relación con ella o si alguna vez releo
 sin desgarramiento del corazón lo que has escrito con
el dedo sobre la arena.
Ella se cruzó en mi camino nada más que
para consumar' el sombrío coronamiento de saorificio,
pero desde aquel día yo escucho lo
que mi sombra cuenta a las ortigas, y toda piedra,
 en el torrente solitario, ante mi proximidad
se estremece.
Porque en eso reside la profundidad de la
compañera de servicio: en que sea también para
nosotros -que ya no somos ni hijo ni esposo-
la guardiana de la llave del mundo que ha enmudecido.
Ella descolgó de su cinturón -que lleva debajo del corazón-
esa llave del primer jardín
en el que constituye la entera sombra y toda la
luz, pero en donde su amor ya no penetra, sino
por mandato expreso.
Y así que la hube tomado de las manos
 levantó hacia mí una mirada que parecía arrastrar consigo
 todo el peso de la inocencia que la abruma.
Así es como penetré en la gruta del secreto
lenguaje y, habiendo sido cogido por la piedra
y aspirado por el metal, hube de rehacer los mil
senderos que llevan del cautiverio a la liberación.
Y encontrándome en los confines de la luz
-de pie sobre todas las islas de la noche- yo
repetía de naufragio en naufragio este vocablo,
el más terrible de todos: aquí.
Pero un día, en esas alturas donde todo se
trueca en juego, soplé en el rostro de mi último
deseo la burbuja coloreada de mi alma,
Y sin embargo, yo querría dormir, sin embargo,
sobre ese trono del Tiempo. Caer de abajo
hacia arriba en el divino abismo. Sentarme
y permanecer por siempre inmóvil entre los sabios.
Olvidar que el vocablo aquí estaba ausente en mi
lenguaje. Por cuanto yo, que estoy creando sin
cesar para merecer la Nada, soy el deseo del fin,
Malchut, el deseo del fin, ¡del fin de los fines!
Oh, no poder recostarte, esposa muerta, en mi
corazón y resucitarte para el día eterno del Padre!
El lugar en que estamos, Malchut, es el medio de la Altura. Y
i Tú descendiste entonces, curado del costado,
curado de los pies y de las manos, vestido de no
sé qué oro fluido y gozoso; lavado de toda
mancha por la mujer.
Y en una carcajada de solares legiones
 me enmaridaste a tu conciencia y me armaste de la
Vista interior.
Y toda la infinitud de lo que yo veía era de
una sola pieza, y esa infancia del cíclope en mi
repetía el número UNO, y no podía contar más allá.
Fue entonces cuando me alzaste sobre tu seno adorado,
por el espacio sellado, interior, real.
Hasta las bellas puertas de plomo de la humildad,
 tu patria y Belén del oro.
Y de allí, hasta el país donde el amor bebe
despacio como un caballo blanco,
hasta las fuentes de la extensión y de la duración.
Y siempre más alto, hasta esa bóveda, al fin,
donde el eterno instante
es medido por la curva de proyección del huevo
retumbante como Rafael y, que, de pronto, en la
remisión solar,
enmudece como el nacimiento segundo

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